lunes, 12 de julio de 2010

Cuando la limosna es grande

Y hablando de religión no puedo evitar apartarme hacia la iglesia. Hace poco visité nuestra querida catedral de Córdoba. Si hay algo que esta hermosa estructura no envidia es su predilecta posición. Sin embargo, una de las cosas que siempre me conmovieron de las casas de Dios más opulentas es lo bien ornamentadas que pueden estar. Es difícil entender de humildad entre paredes que parecen construidas para demostrar una riqueza más bien "terrenal". Ésa y otras ideas como la de la fortuna del Vaticano más de una vez me han hecho preguntarme qué creo realmente que es lo que a veces predica la "voz de Dios" en la tierra. Lo cierto es que estoy cada vez más convencido de que Él necesita mejores mensajeros; más humanos... ... y humildes. En una sociedad como la nuestra la iglesia resulta, cuando poco, un poder más que mueve a muchos: los que la oyen y los que la escuchan. Tan carismático como el mejor gremio o el partido político más favorecido. Imagino un mundo donde tener ideas claras pero contrarias a lo que la iglesia o el gobierno prediquen no sea algo horrible sino posible; aún dentro de sus propios senos. Un lugar donde pertenecer a un grupo o institución no signifique sacrificar nuestra libertad de expresión; sea que discrepemos o no con la mayoría. Una utopía en la cual sepamos aceptarnos como una sociedad con pluralidad de ideas y puntos de vista y eso no nos duela sino que nos fortalezca. Pero yo sigo encerrado; atrapado en mis pensamientos. Soñando con una Argentina que puede pero no será; que respira pero no vive; cuyos propios blancos y negros son más importantes que el resto de todos los colores posibles. Mientras tanto; voy elegir creer en Dios. Y que Él me perdone si dudo de los hombres.

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